Hace mucho tiempo, en un pueblo llamado Nazaret, por el sí de una mujer nuestro Dios se hizo carne. Es difícil imaginarte, María, siendo joven aceptando la palabra que te comprometerá toda tu vida, y que cambia todos tus planes.
No se si en el momento lo entendiste, si ya sabías todo lo que significaría, pero sin embargo dijiste Sí, sin miedo, sin excusas, sin condiciones, sin peros.
Cuántas veces nosotros, por miedo, excusas, peros, no podemos aceptar la Palabra o entender a Dios. No somos capaces de arriesgar como vos, de serle fieles al Evangelio, de escuchar los mensajes de nuestro Señor y aceptar que sus planes son perfectos.
Y no solo vos recibiste el anuncio de un ángel. Ángel quiere decir mensajero de Dios, y si bien a no todos se nos aparece Gabriel, todos tenemos “ángeles” que nos ponen muy cerca de la Palabra del Señor. Pueden ser personas, situaciones, lugares, palabras, detalles, que llegan a nuestro corazón como “mensajeros divinos”. La clave es escuchar, estar atentos, hacer silencio de corazón para poder recibirlos.
Y nuestro mundo está lleno de apuro, de ruidos. Necesitamos silencio, escucha, pausas. Pausas para escuchar la palabra y acogerla en el corazón, como vos lo hiciste mamá.
Hoy te miro María y encuentro coraje, escucha, riesgo, compromiso, fidelidad. Y muchas veces, pasar tiempo con quienes son admirables, son ejemplo, es la mejor forma de aprender. Por eso quiero acompañarte, para aprender sobre la fe, sobre el amor, sobre el perdón.
Te miro intentando parecerme un poquito a vos, entrando algo más en tu corazón para compartir este tiempo de búsqueda y entrega a nuestro Señor.
Carolina Fleurquin