Evangelio según San Juan 10, 27-30
Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
En este cuarto domingo de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, la Iglesia nos invita a rezar por las vocaciones. El Papa Francisco nos propone como tema para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de este año: “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”. Riesgo, promesa, seguimiento, pertenencia, identidad: son las llamadas que golpean a nuestro corazón en este domingo del Buen Pastor.
El evangelio que se nos propone es bien breve, cuatro intensos versículos que hacen síntesis de este capítulo 10 del Evangelio de San Juan. Allí, Jesús se nos ha presentado como el Buen Pastor que da su vida por las ovejas.
Miremos esta imagen con la cual Jesús nos revela algo de sí: “Yo soy el buen pastor”.
En la cultura “campesina” de la Galilea de Jesús, los pastores eran uno de tantos trabajadores, de aquellos que conocían de largas y duras jornadas de trabajo. Hombres sencillos que saben de desvelos, de noches frías, de incomodidades, de mirada atenta y agiles reflejos. Con estas personas que saben perderse en medio de sus rebaños se quiere identificar Jesús. Con aquellos que saben valorar del vínculo del uno a uno; que conocen con cariño el nombre de cada una de sus ovejas; que saben caminar en comunidad acompasándose al ritmo de los más débiles.
Con ellos se identifica Jesús. Él quiere conocernos, quiere que escuchemos su voz, nos quiere invitar a su seguimiento. Esa es la relación que Jesús quiere tener con cada uno de sus discípulos, con cada uno de nosotros. Compartir la vida, recorrer juntos los caminos, abrazar juntos las promesas de Dios que van jalonando nuestra historia.
Seguirlo, ser parte, pertenecer a su rebaño. Descubrir que no vamos solos en ese camino de seguimiento, sino que los otros son muy importantes. Pues si alguno se pierde, nuestro rebaño ya no será el mismo.
El rebaño, la comunidad, tiene gran importancia porque es el lugar donde aprendemos a discernir las promesas de Dios. Formar una familia, vivir la fecundidad del matrimonio, transformar el mundo y servir a los hermanos desde una profesión, abrazar la fraternidad de la vida consagrada, saberse pan partido y repartido en el sacerdocio. Un crisol de vocaciones que brotan de la vida en comunidad. Unas promesas que vamos aprendiendo a leer en medio del diálogo comunitario sincero y transparente. Unos miedos que también aprendemos a compartir y a enfrentar justos. Unos riesgos asumidos personalmente, pero acompañados comunitariamente.
Lanzarse a vivir aquellas promesas que tienen sabor a Vida Eterna, exige la valentía de arriesgarse a transitar por nuevos caminos junto al Buen Pastor. Pide reconocernos en camino con y por otros que también buscan, arriesgan y sueñan. Nos invita a transparentar la identidad de aquel Buen Pastor que se desvela, que cuida, que da su vida por los demás.
Pidamos entonces, en este domingo, la valentía de creer en las grandes promesas del Padre; el coraje de arriesgarnos con y por el Hijo a hacerlas realidad en nuestras vidas; y la gracia del Espíritu para sentirnos parte de una comunidad que nos acompaña por estos arduos caminos.
Oscar Freites, sj
Estudiante Teología