Reflexión del Evangelio del Domingo 20 de Agosto (Patricio Alemán, sj)

Evangelio según San Mateo 15, 21-28

Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y, sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó sana.


La liturgia de este domingo nos presenta una escena del evangelio un poco difícil de entender por el comportamiento de Jesús, pero donde se revela la radicalidad del proyecto del Reino. En ella Jesús se encuentra con una mujer cananea, es decir, extranjera. Los judíos consideraban a todos los pueblos extranjeros como paganos y, por lo tanto, impuros. No estaba bien visto tratar con ellos. Eran despreciados y considerados como “perros”. Jesús se encuentra atravesando las regiones de Tiro y Sidón, tierras extranjeras donde habitaban sirios y fenicios, cuando se encuentra con esta mujer.

La cananea es una mujer que sale gritando al encuentro de Jesús. Grita pidiendo ayuda para su hija enferma. No le tiene miedo al prejuicio, a la vergüenza o a la humillación por ser extranjera. El amor de esa madre por su hija es más grande que esos miedos. Justamente, ese amor no tiene que ver con lo propio: la propia imagen, el propio orgullo o soberbia. Tampoco tiene que ver con los prejuicios sociales. ¿Cómo una mujer cananea le pide un milagro a un judío? ¿Cómo un judío va a escuchar y relacionarse con una mujer extranjera? Toda la intencionalidad de la mujer está puesta en su hija. Se ha olvidado de sí misma. Mendiga unas migas de ese pan de vida que sana y libera. Mendiga una mirada o una palabra de Jesús.

En un primer momento, Jesús actúa como todo judío de aquella época: ignorándola. Pero a partir de ese encuentro y de ese diálogo con la cananea, Jesús reconoce a una mujer y una madre. La llama “mujer”; no pagana ni extranjera. Reconoce su condición humana más allá de las etiquetas y prejuicios sociales y políticos. Tal vez haya reconocido o imaginado a su propia madre allí. En las palabras y en las miradas que esa mujer le dirige a Jesús, éste reconoce su fe. Podríamos pensar que esa fe tiene tres componentes: un amor hacia otra persona que la pone en camino, un deseo de sanación de esa persona, y la esperanza de que sea Cristo quien lleve a cumplimiento ese deseo. Amor. Deseo. Esperanza. Y ninguno vivido egoístamente, sino con la mirada puesta en aquellos que sufren. Jesús se admira de esa fe, de ese amor, de esa esperanza. Él, que había entrado en tierras extranjeras, es capaz de ir más allá de las fronteras no sólo geográficas sino también humanas.

En nuestro mundo de hoy encontramos dinámicas que reproducen acciones y discursos que fomentan y acentúan esas fronteras. Construimos muros. Estigmatizamos al distinto. Le tenemos miedo al extranjero. Pero ¿nos detenemos a escuchar sus gritos? ¿somos capaces de compartir una miga del Pan de la vida? ¿Nos atrevemos a compartir la mesa con ellos? Al sanar a la hija de una cananea, Jesús nos revela la universalidad del Reino y de su mensaje. Nos invita a participar en la misión de sanar un mundo herido y fragmentado. Nos invita a acercarnos y a escuchar los gritos y lamentos de las familias marginadas, desplazadas migrantes, refugiadas. Como sus apóstoles que no pudieron “escapar” de los gritos de aquella mujer. Al compartir el camino con ellos, compartiremos sus amores, sus deseos, sus esperanzas. Entonces iremos descubriendo con ellos la radicalidad del proyecto del Dios Padre de toda la humanidad.

Patricio Alemán, sj
Estudiante Teología

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