Reflexión del Evangelio del Domingo 23 de Agosto (Julio Villavicencio, sj)

Evangelio según San Juan 6, 60-69.

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?».

Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

En la lectura de este domingo comenzamos con una escena que nos acerca a la realidad del Evangelio, es el pensamiento de los que lo escuchaban y se decían “Que duro este lenguaje”. Que duro es el mensaje a veces del Evangelio. Y es lo que todos nosotros en mayor o menor medida, alguna vez experimentamos en nuestra vida. Qué duro es ser cristiano, querer ser coherente con el seguimiento de Jesús y tener que vivir con una cultura que la mayoría de las veces nos propone direcciones contrarias. Que duro es ser honesto en nuestro trabajo cuando nos falta dinero y sabemos que hay oportunidades deshonestas de conseguir lo que necesitamos. Que duro es perdonar 70 veces 7, cuando lo único que reina en nuestro corazón es ganas de que esa persona que me hizo daño reciba más daño del que me hizo. Qué duro suena en nuestros oídos, “amaras a tu enemigo”.

No sé ustedes, pero yo entiendo muy bien esos discípulos del Evangelio que se dicen así mismo “Que duro este lenguaje”. No es de sorprender que más adelante en el relato se nos diga “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron y ya no andaban con él”. ¿Acaso no conocemos personas que fueron con nosotros a catequesis, a grupos juveniles, que tomaron los sacramentos y hoy no están ni cerca de las enseñanzas de Jesús? ¿Qué pasó? ¿Es que las palabras de Jesús también a ellos les parecieron duras, tan difíciles de aplicar a sus vidas, a la manera de entender la vida hoy que “desde entonces muchos se volvieron…”? Pero no vayamos a ver la paja en el ojo ajeno, miremos nuestra viga ¿Cuántas veces nos cuesta y hemos realmente, en algunos momentos, dejado de andar con Jesús? Sinceramente, si dijeran levanten la mano quien alguna vez se volvió y dejó de andar con Jesús en su vida, yo la tengo que levantar. Pero también es verdad, que a poco andar en este dejar a Jesús, la carga se vuelve pesada. Las lágrimas no desaparecen, solo se ocultan detrás del televisor o el cine. Las risas hechas de una superficialidad contingente, en alguna vuelta de la esquina se nos caen y nos encontramos solos. Con un puñado de cosas, que según la cultura nos dan la alegría y la vida, y sin embargo no nos llenan para nada. Sí, a poco de andar dejando a Jesús, el camino que parecía de colores, se vuelve tan frío y superficial que la angustia toma muchas veces nuestra vida.

Entonces es cuando resuenan las palabras de Pedro en nuestro corazón “Señor, ¿a quién vamos a ir?” ¿A quién vamos a ir? ¿A quiénes? ¿Hacia dónde encarar nuestra vida? Es que acaso creímos la mentira de la cultura del consumo. Que la dirección esencial de nuestra vida es conseguir la materia necesaria no solo para vivir, sino para ser “feliz”. Donde la felicidad se reduce a tener un buen pasar económico. Me levanto y me duermo pensando en eso. Consumir . Consumir experiencias en vez de vivirlas en profundidad. No les ha pasado que a veces parece que es más importante la foto que tomaste en algún lugar que preguntarte ¿qué aprendí en ese lugar y con esas personas sobre la vida y para mi vida?.

Sí, a poco de caminar ya no sabemos a dónde ir, porque el camino emprendido parece un callejón sin salida. Es entonces, cuando nuestra debilidad nos hace fuertes porque el Espíritu sopla en nuestro interior: “Solo tú tienes palabras de vida eterna…” Palabras, mensaje, sentido. Vida que no se acaba a la vuelta de la esquina. Pero la vida no se dá solo por respirar. La Vida hay que aprender a recibirla, defenderla, y al final agradecerla, pues nadie va a la Vida si no es por el Padre. Si ya estamos luchando, tene la certeza, Dios está con vos. Si estas aprendiendo a vivir, te lo aseguro, Dios te está sosteniendo.

Animo y feliz domingo para todos.

Julio Villavicencio, sj
Estudiante Teología

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