Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35
Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”.
Estamos en el V domingo de Pascua. A primera vista, podría pensarse que el Evangelio de este domingo nos regresa al tiempo de la Pasión del Señor. De hecho, el texto que la liturgia nos propone se enmarca en la noche del Jueves Santo. Entonces, ¿cómo leer este texto “de pasión” en un marco “pascual”?
Podrían sacarse muchas cosas de este texto breve del Evangelio según San Juan. Pero detengámonos en la segunda parte.
Jesús anuncia que el tiempo que le queda para estar entre los suyos, es poco. Jesús se irá. Seguramente, los discípulos no comprendieron mucho lo que Jesús les decía. Ni esta cuestión del tiempo ni la que viene después, que es lo del amor.
Jesús se va pero les deja un mandamiento que, según el evangelista, es nuevo.
Si miramos el texto del Levítico podremos ver que, en realidad, el mensaje no es del todo nuevo: “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yhavéh”. (19,18).
Estas palabras del Lev. resuenan en el lector actual que se encuentra con este texto de Juan. Entonces, ¿dónde está la novedad que quiere indicar Jesús?
Lo nuevo que nos deja el Señor no es el mandato del amor en cuanto tal, sino, el modo en que debemos amar. Los cristianos tenemos un modo particular de amar. Eso es claro. “Como yo los he amado, ámense también entre ustedes”. Nuestro modo de amar, en cristiano, es al estilo de Jesús. No tenemos otro. Por eso, el criterio para ver si alguien es cristiano, no ha de ser si cumple determinados ritos, si va a misa o no, sino el estilo en que ama.
Claro, la cuestión es mucho más exigente de lo que parece. Porque se da por sentado que la persona ama. Pero para el cristiano, eso no basta. No es suficiente amar, sino amar como Jesús ama.
Desde la espiritualidad ignaciana, el amor no es comprendido como un simple sentimentalismo. Amar es hacer. Es poner en acciones concretas lo que se vive y se siente. Amar es dar pero también es estar dispuesto a recibir. El amor es comunicación de las partes, dice San Ignacio. “Es dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así por el contrario, el amado al amante” [EE 231].
Estamos acostumbrados a hacer poco, a no interesarnos mucho por los demás. Preferimos la queja, el enojo estéril, la denuncia, pero nos olvidamos que encender la luz de una vela, por más pequeña que sea, es mucho más potente que maldecir a la oscuridad.
“La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será el amor que ha de haber entre ustedes”, dice Jesús. Sabemos de memoria los 10 mandamientos del Antiguo Testamento pero olvidamos de vivir este único mandamiento del amor.
Tal vez, el mundo está como está porque los cristianos no nos animamos a vivir como lo que somos. El amor transforma, porque habiendo sido transformados nosotros primero es que podemos transformar el mundo. El Amor es el que hace nueva todas las cosas, como leíamos en la segunda lectura.
Podemos quedarnos con la pregunta ¿cómo he sido transformado por el amor en este último tiempo? Porque, tal vez, si mi realidad sigue igual que hace un tiempo, el problema no es que no he hecho nada, sino que no he dejado que este amor transforme mi vida.
Terminemos con unas palabras de Luis Espinal, extraídas de sus Oraciones a Quemarropa: “Otórganos, Señor, la sinceridad de descubrir la inconsecuencia de nuestro cristianismo: de predicar el amor y quedarnos dormidos. Si no queremos vivir como cristianos, que al menos tengamos la sinceridad de dejar de llevar tu nombre”.
Pidamos esta gracia para nosotros, para nuestro país y para toda la Iglesia de Dios.
Alfredo Acevedo, sj
Estudiante Teología