Evangelio según San Juan 15, 1-8
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Hemos llegado al quinto domingo de este tiempo Pascual, y quizás el Domingo de Pascua de Resurrección ya nos ha quedado un poco lejos; la claridad y la alegría de aquel día se han ido mezclando con las dificultades y las tristezas del día a día. Pero la alegría del Resucitado nos sigue buscando, quiere seguir viniendo, quiere mezclarse con nuestras alegrías, quiere quedarse en todos los días de nuestra vida… Quizás por eso en este domingo Jesús repite con insistencia: Permanezcan, permanecé, permanezcan… Parece que Jesús nos dice una y otra vez: quedate conmigo, permanecé en mí, no te cortes solo…
PERMANECER: gran mensaje y gran enseñanza que nos traen las lecturas de este domingo. Habiendo caminado un buen trecho del tiempo Pascual, la Iglesia nos recuerda que, no podemos “cortarnos solos”, no podemos seguir en camino sin tener al Resucitado a nuestro lado. El domingo pasado, Jesús nos dijo que él es el Buen Pastor que permanece junto a sus ovejas, que está en medio de ellas, las conoce, las cuida, las guía. Pues ese era (y es) el oficio del pastor: permanecer junto a las ovejas, irse con ellas, mezclarse y quedarse, unirse hasta dar la vida.
Hoy ese Buen Pastor nos invita, a nosotros, a permanecer junto a Él y en Él. Pero, ¿cómo podemos permanecer en Jesús? Ese cómo está bien claro en la segunda lectura de este día: “El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él.” Cumplir los mandamientos. Podemos escuchar esta frase con los oídos del pueblo de Israel, y recordar automáticamente los diez mandamientos de la Antigua Alianza. Las diez palabras que Dios en el desierto le había regalado a su pueblo para liberarlo, y para darle nueva vida. Diez palabras que todo israelita atesoraba en lo más profundo de su corazón y guardaba con ardiente fidelidad. Tener presente cada día aquellas diez palabras, era señal que Dios permanecía en medio ellos y que ellos permanecían en Dios. Nosotros también, como los israelitas, al escuchar “cumplir los mandamientos” ponemos actualizar aquella Alianza con Dios: alianza de vida, de compañía, de caminar y permanecer juntos. El mismo Jesús nos ayuda a actualizar esas palabras, y la segunda lectura también lo deja bien claro. Cumplir los mandamientos, desde Jesús, implica creer en Él y amarnos los unos a los otros. Aquí tenemos un doble movimiento en el “cómo permanecer”: amar a Jesús y amar a nuestros hermanos. Permanecemos en Jesús en la medida que compartimos la vida con Él: buscando conocerlo internamente, participando de su mesa, haciéndolo parte de nuestras alegrías y tristezas. Y esto se hará realidad tanto y cuando amemos de verdad a nuestros hermanos. No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras (1 Jn. 3,18); o como diría San Ignacio: el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras [EE 230].
¿Y por qué todo esto, para qué permanecer? Porque permaneciendo íntimamente unidos a Jesús, nuestra fecundidad está asegurada, como la del sarmiento en la vid. Daremos fruto abundante, porque en eso consiste la gloria de Dios en que demos fruto y seamos verdaderos discípulos. Como verdaderos discípulos sabemos muy bien que esos frutos no son para engordarnos a nosotros mismos, sino que son para los demás: para los que tienen hambre, para los que sufren, para los débiles, para los olvidados, para los desplazados. Permanecer en Jesús, porque allí está la fecundidad de nuestra vida. Permanecer en Jesús, para llegar a ser bendición para la vida de los demás.
Podemos pedirle eso a Jesús en este domingo, que nos ayude a permanecer siempre unidos a él, para ser bendición para muchos; especialmente para aquellos con los cuales compartimos la vida, pero sobre todo para aquellos que necesitan de Dios.
Y acordate, Jesús hoy te dice: Yo soy la verdadera vid que quiere llenarte de vida, no te cortes solo, permanece en mí, sé mi discípulo, ama de verdad; para que así, puedas dar abundantes frutos que alimenten el hambre de muchos.
Oscar Freites, sj
Estudiante Teología