Evangelio según San Lucas 9, 51-62
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?”. Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Y dijo a otro: “Sígueme”. Él respondió: “Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”. Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
El evangelio de este domingo nos ubica en el corazón del relato evangélico según San Lucas. Hasta aquí, el ordenado relato lucano ha presentado detalladamente los orígenes y la vida de Jesús entre los suyos en Galilea; y las palabras y las acciones con las cuales comenzó a hacer presente el Reinado de Dios. Pero aquí, hoy, se produce un quiebre, se toma una decisión: Jesús, endureciendo el rostro, se encamina con determinación a cumplir su misión. Se pone en camino hacia el lugar en donde pondrá en juego toda su vida: Jerusalén. El rumbo esta claro y el camino por momentos será arduo, pero el horizonte trazado alentará y orientará cada nueva decisión y elección.
Desde esta perspectiva, el evangelio de este domingo puede ayudarnos mucho en nuestro hoy. Estamos a punto de comenzar a vivir la segunda mitad del año, y quizás sea un buen momento para examinar qué tanto nuestras decisiones y elecciones nos van encaminando hacia el horizonte de nuestra misión, hacia el fin que hemos trazado para nuestra vida. Las consideraciones que Jesús realiza a aquellos que quieren seguirlo por el camino pueden ser una excelente guía para nuestro examen.
Revisar nuestras cuevas y nuestros nidos: aquellos lugares donde nos hemos quedado a reposar plácidamente mientras la vida se nos pasa; aquellos sitios de seguridad y comodidad que evitan riesgos y ahogan decisiones; aquellas instancias que nos mantienen en la minoridad coartando nuestra madurez y crecimiento.
Reconocer aquellos apegos que nos roban la vida, agotan nuestras energías y quitan fecundidad.
Caer en la cuenta de la mano puesta en el arado que nos invita a la siembra, que nos lanza a la experiencia antes de pegar media vuelta. Pues las decisiones y las elecciones de nuestros discernimientos se confirman en medio de la experiencia, en el riesgo que implica el paso a paso sobre el arduo camino hacia nuestros sueños.
Endurecer el rostro y caminar con determinación, a veces por senderos poco hospitalarios o junto personas que poco comprenden; pero con la certeza de un rumbo que late dentro, de un horizonte que se abre lejos y de una misión en la que se va gustando el Reino. ¿Cómo va tu rumbo?, ¿Por dónde anda tu horizonte?, ¿Qué vas gustando de tu misión?
Aprovecha estos días para examinar tu camino, para ajustar el rumbo, para gustar hoy el Reino de Dios que se hace vida y misión.
Pidamos en este domingo que como Jesús podamos ir en nuestro camino solamente deseando y eligiendo aquello que más nos conduce al fin para el cual hemos sido creados.
Oscar Freites, sj
Estudiante Teología