Soledad. Como asusta esa palabra. Hoy es muy raro tener un momento a solas, para meditar, para estar con nosotros mismos, para conocernos internamente. Hoy es más normal estar todo el tiempo conectados, en contacto con nuestros amigos, conocidos, familia.
Como cuesta soltar y vivir un poco en el silencio de la soledad. Es un silencio que muchas veces aturde, porque nos lleva a preguntarnos cosas que quizás nunca nos habríamos preguntado, que nos lleva a cuestionar, a rezar, y lo más importante, a escucharnos. Ese escucharnos es lo que permite conocernos, saber cuáles son nuestros verdaderos anhelos, deseos, sueños; cuáles son nuestros miedos. Es lo que nos deja empezar a conocernos, a querernos por cómo somos, así, solos. Para después amarnos cuando estamos rodeados, cuando estamos conectados con el mundo.
La soledad no es mala, es, a veces, una medicina. Alivia dolores, ayuda a crecer en valores, permite SER, así en mayúscula, con mucha libertad, porque así realmente somos nosotros…pero lo importante de todo esto es llevar lo que vivimos en nuestros momentos de intimidad a nuestra vida cotidiana con el otro, con los otros, con ese mundo que nos espera para que vivamos conectados a él. Una vez que tuvimos nuestro momento de silencio, cuando quizás las ideas, los sentimientos que se mueven dentro nuestro , todo aquello que nos llena y nos vacía, se haya calmado es hora de salir y seguir caminando, porque al mundo no vinimos para estar solos, no vinimos para aislarnos y encerrarnos en nosotros por siempre jamás. Al mundo nos trajo Dios para ser en y con otros, pero también con nosotros mismos. Vivir nuestros silencios para poder salir y encontrarnos con los que nos esperan, para poder salir y caminar como peregrinos…
San Ignacio caminó solo y a pie, porque su camino en la vida era suyo y solo suyo, nadie podía caminar sus senderos más que él, y necesitó de esa soledad para hallarse; pero también San Ignacio nunca estuvo solo. No solamente estuvo Dios acompañándolo, sino que también tuvo a todos sus afectos con él, sus compañeros de vida, su familia, los amigos que se hizo en ese caminar, las personas a las que ayudaba, incluso quienes lo odiaban…
Creo que todos somos como Ignacio y como muchos otros santos. Todos vamos solos en nuestros caminos, todos necesitamos de nuestros ratos de paz, pero todos también necesitamos de los que nos rodean, porque… ¿qué sería este mundo sin vínculos y sin amor? ¿Qué sería de cada uno de nosotros si nos aisláramos y no nos permitiéramos amar? ¿Qué sería de todas aquellas personas que nos esperan si nos escondiéramos, si guardáramos dentro de nuestros corazones nuestros talentos?
Soledad para crecer en nuestro conocimiento interno y de Dios, para después salir al mundo que nos espera, a buscar y hallar la voluntad de aquel que todo lo dio.
Coqui Benitez