Somos creados por Dios para ser felices

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales)

Todos podemos constatar que nuestro ser nunca se satisface a plenitud. Continuamente está a la búsqueda de algo más. Es que estamos hechos para la totalidad de la vida, de la verdad y del amor. Nuestro corazón no se llena nunca del todo porque todas las cosas y las personas son limitadas y nuestra capacidad ilimitada de amor tiende al amor perfecto y perdurable, que sólo se encuentra en Dios.

El apasionado amor creador de Dios palpita en el núcleo de nuestro ser. Él continúa formando en cada momento lo que nos convierte en seres humanos concretos, en continuo crecimiento. Su amor creador sustenta nuestro ser en todos sus aspectos, pero respetando nuestra libertad, nuestras responsabilidades y nuestro ritmo normal de crecimiento.

Todo lo que existe tiene sentido para Dios, aunque para nosotros parezca no tenerlo. Todos nosotros somos sueños del amor de Dios; sueños, y no pesadillas; sueños muy lindos. Él nos ama como personas reales y concretas, obra de sus manos, con una increíble capacidad de crecimiento. Algo anda mal en nuestra espiritualidad cuando pensamos que si Dios nos amara más nos habría creado distintos, con más cualidades y menos defectos… Él nos quiere así como somos y está dispuesto a hacer maravillas partiendo de nuestra palpitante realidad. Nosotros, como él, tenemos que aceptarnos como somos, con nuestras cualidades, nuestras limitaciones y nuestros defectos, y a partir de ahí, crecer sin medida…No puedo ser feliz envidiando o queriendo imitar a otros, sino siendo yo mismo.

Dios crea «por amor», porque quiere compartir su amor: no sólo tener a quién amar, sino también tener quien lo ame a él. Por eso me ha hecho inteligente y libre: para que pueda llegar a amarlo como él me ama, y pueda también amar a sus otros hijos al estilo de cómo él los ama.

Si me desarrollo hasta llegar a ser la persona que Dios desea que yo sea, daré testimonio del amoroso poder creador de Dios. Una persona plenamente desarrollada es la gloria de Dios. Si sé coherentemente quién es Dios, quién soy yo y quiénes son mis hermanos, y trato de desarrollar las esperanzas de Dios para conmigo y para con mi mundo, seré de veras feliz.

Sentir profundamente el amor creador de Dios es la puerta de entrada para toda experiencia religiosa.

Lo importante es llegar a convencernos plenamente de que Dios, que es siempre enteramente bueno para con todos, quiere nuestra completa felicidad y para ello tiene hermosos proyectos sobre cada uno de nosotros, que, con su ayuda, son totalmente realizables. Pero a nadie le impone sus proyectos. El respeto de Dios a nuestra libertad creo que es uno de sus misterios más insondables. La felicidad tiene que pasar necesariamente por el juego de la libertad, don sagrado que Dios nos da para que nuestro amor pueda ser auténtico; don lleno de riesgos, pero fundamental. Él respeta nuestras decisiones, por más riesgosas que sean. Podemos realmente elegir entre el bien y el mal, o entre lo muy bueno y lo menos bueno, entre ser realmente felices o serlo sólo a medias.

José Luis Caravias, sj

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