Un tiempo para equivocarse

Creo que existe un tiempo «especial» para equivocarse, para errar, para fracasar, para extraviarse, incluso para perder la cabeza porque somos seres humanos falibles.

De los errores y las equivocaciones se aprende muchísimo, nos abren a nuevas dimensiones en la realidad y generan nuevos conocimientos. Basta repasar la historia de la humanidad para darnos cuenta de cuántos aciertos han pasado por algún error o equivocación. Esto no deja de ser misterioso, pero es así.

Existe un pavor inmenso a equivocarse, a errar y fracasar, y por lo mismo no terminamos de acertar. ¿Por qué negamos, escondemos, simulamos o echamos culpa a otros de nuestros extravíos? Porque no tenemos el valor, el coraje o la valentía de asumir con humildad nuestros errores y fracasos, y de allí que no podemos aprender de ellos.

No pretendo hacer una apología del «error ni de la equivocación» sino tan solo señalar que los aciertos, los logros, e incluso, los éxitos en nuestra vida están relacionados con nuestros errores.

Muchos padres, por ejemplo, someten a sus hijos a exigencias enormes porque quieren verlos triunfar en sus vidas y no les permiten que se equivoquen. No les enseñan cómo superar o gestionar el fracaso. Tienen terror de los errores que sus hijos puedan cometer porque creen que sufrirán y se sentirán “menos que los demás” o serán el “hazme reír” de sus compañeros. Muchos jóvenes estudiantes y profesionales sólo buscan tener aciertos, porque les gusta identificarse con el éxito y temen equivocarse. ¡Por eso no aprenden nunca de sus errores y lo cometen una y otra vez!

¿Por qué no aprovechamos, en lugar de ocultar y negar, lo que nuestros fracasos nos pueden aportar? Porque no hemos aprendido a capitalizarlos sabiamente. Si de niño no aprendemos a perder no crecemos. Si de joven no reconocemos nuestras equivocaciones no maduramos, y si de adulto no aceptamos nuestros errores hacemos el ridículo.

Los adultos y también algunos jóvenes, tienen la tentación de creer que «saben todo» y van por la vida dando lecciones a otros. Y lo que hacen muchas veces no es otra cosa que repetir simplemente lecciones sacadas de un libro de autoayuda, o de cómo ser exitosos.

Lo primero es aprender de nuestros errores para luego poder enseñar cómo superar los fracasos y sacar partido de las equivocaciones. Esto es lo que hacen tantos ancianos sabios que aprovechan de estas experiencias negativas y logran mayor acertividad en su vida

Hay tres aprendizajes a extraer de los errores. El realismo, la creatividad y la sabiduría.

1.- El realismo. Las experiencias de fracaso nos sitúan en una realidad amplia y no en el país de las maravillas de Alicia. Porque la propia vida no es una película o novela «pochoclera» en la que todo es lindo y termina bien, sino que en ella nos enriquecemos a partir de los dolores y las experiencias que nos hacen sufrir. Debemos descartar de nuestra mente la idea de que para ser plenos y felices sólo tenemos que vivir situaciones placenteras y exitosas.

2.- La creatividad. En los fracasos deberíamos hacer explotar nuestro espíritu de creatividad e innovación para buscar nuevas alternativas. ¿Cómo hacerlo mejor la próxima vez? Hay momentos en los que nos parece que hasta un ratón sería más creativo que nosotros. Las situaciones difíciles despiertan en nosotros el potencial creativo, siempre y cuando salgamos del empecinamiento de seguir haciendo lo de siempre porque caeremos en los mismos errores. ¡No le tengas miedo a la creatividad! No digas «Y ahora ¿qué voy a hacer? Si no, ¿cómo lo haré la próxima vez?

3.- La sabiduría. Cuando no reflexionamos sobre lo que nos sucede, vamos siempre comenzando, ensayando e improvisando en la vida. Sentir y conocer lo que vivimos y experimentamos nos hace sabios y más capaces de abrirnos nuevos horizontes.  En nuestro interior hay una Voz amable que siempre está disponible para el que quiera escuchar sus consejos: “¿Haz fracasado? Adelante, ahora hay una nueva oportunidad, pero con más experiencia que ayer.”

Javier Rojas, sj

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